Muy pocas personas estarían dispuestas a aceptar en pleno siglo XXI que creen en la existencia de la suerte. Esta suele estar ligada a la superstición, es decir, a lo irracional y mágico, dos formas de pensamiento desterradas desde la Ilustración. No, nuestra vida no está movida por hilos invisibles. Hay otra razón por la que la suerte es un tema tabú, y es que pretendemos vivir en una sociedad completamente meritocrática, en la que son nuestras acciones, y no los hados del destino, los que nos conducen al éxito o al fracaso. Lo mejor que nos pueden decir no es “qué suerte has tenido por tu ascenso”, sino “enhorabuena por tu promoción, te la mereces”.
A pesar de ello, hay cada vez más evidencias de que la suerte existe, sólo que no en los reduccionistas términos en que solemos entenderla. Si, como afirma la RAE, se trata del “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o casual”, podemos afirmar que el problema no se encuentra en que no exista un orden en el universo, sino que no somos capaces de descifrarlo de forma consciente. Pero para científicos como Richard Wiseman, que pasó de ser mago a profesor de psicología en la Universidad de Hertfordshire, la suerte no es, como se ha afirmado, una interpretación a posteriori de nuestras acciones, sino una especie de profecía autocumplida
El autor de Nadie nace con suerte (Temas de Hoy) se encuentra detrás de algunas de la investigaciones más influyentes sobre la fortuna, y su tesis cada vez es más refrendada por estudios de todo pelaje. Para Wiseman, autodefinido como un escéptico, la suerte es un producto de nuestros pensamientos y de nuestro comportamiento. No se trata de algo con lo que nazcamos o no, pero sí una cualidad que podemos desarrollar. ¿De qué manera?
Autor:Por Héctor G. Barnés