La organización recuerda que el número de adolescentes y mujeres embarazadas y en periodo de lactancia que sufren malnutrición aguda ha pasado desde 2020 de 5,5 millones a 6,9 millones, un aumento del 25%, en los doce países más afectados por la crisis alimentaria y nutricional mundial. Andrea Iacomini, portavoz de Unicef Italia: “Todos los avances que habíamos logrado se han quedado parados durante ocho años porque no hemos invertido en salud materna y neonatal”.
Beatrice D’Ascenzi – Vatican News
Una enfermedad potencialmente mortal que impide a las personas criar a sus hijos como desearían. Unicef continúa su labor en favor de las mujeres de todo el mundo. Una labor de concienciación que recuerda que el número de adolescentes y mujeres embarazadas y en lactancia que sufren desnutrición aguda ha aumentado desde 2020 de 5,5 millones a 6,9 millones, lo que supone un incremento del 25%, en los doce países más afectados por la crisis alimentaria y nutricional mundial, como Afganistán, Burkina Faso, Chad, Etiopía, Kenia, Mali, Níger, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Sudán y Yemen. Países que representan el epicentro de una crisis mundial de nutrición, agravada por la guerra en Ucrania, la crisis climática y los conflictos en curso en muchos de estos lugares. “Las mujeres y los recién nacidos siguen muriendo de forma inaceptable”, dijo Andrea Iacomini, portavoz de Unicef Italia a Vatican News. “Las cifras describen una situación global, pero que tiene un mayor impacto en los países donde se producen las peores crisis”.
Las consecuencias de una alimentación inadecuada
En 2021 -según datos difundidos por Unicef- había 126 millones más de mujeres víctimas de la inseguridad alimentaria que de hombres, una diferencia cuyos efectos subraya Iacomini: “A causa del estigma social y de las condiciones ligadas al territorio, estas madres viven situaciones de dificultad para integrarse en el tejido social. Esto las lleva a estar cada vez más solas, sin olvidar que la malnutrición provoca una disminución de sus defensas inmunitarias, más bajas que las de los demás, y un desarrollo cognitivo deficiente, que las hace más débiles que los hombres y más dependientes de la ayuda exterior”.
Los riesgos para sus hijos
Más de 4,5 millones de mujeres y niños mueren cada año durante el embarazo, el parto o las primeras semanas después del nacimiento. Una cifra que, como explica Andrea Iacomini, equivale a una muerte cada 7 segundos: “Las causas son en su mayoría predecibles o tratables con los cuidados adecuados, pero hemos constatado que los avances mundiales en la reducción de muertes de embarazadas, madres y recién nacidos se han estancado durante ocho años porque no se ha invertido en salud materna y neonatal”. El informe de Unicef también ilustra cómo 51 millones de niños menores de dos años sufren desnutrición crónica, lo que les impide crecer adecuadamente en comparación con sus coetáneos: “Aproximadamente la mitad se ven afectados durante el embarazo y los primeros seis meses de vida”, prosigue el portavoz de Unicef Italia, “es decir, durante los primeros 500 días, cuando un niño depende completamente de la nutrición de su madre. Y es precisamente en este periodo cuando más se necesita una intervención temprana”.
Sistemas sanitarios bajo presión
La pandemia, sumada al aumento de la pobreza y al empeoramiento general de las crisis humanitarias y climáticas, ha intensificado las presiones sobre unos sistemas sanitarios ya de por sí bajo presión. La crisis mundial está empujando a millones de madres y a sus hijos al hambre y la malnutrición grave, con consecuencias devastadoras para su futuro. De hecho, una nutrición inadecuada de las madres puede acarrear consecuencias peligrosas no sólo en el ámbito médico, sino también en aspectos del crecimiento, el aprendizaje y la futura capacidad de ingresos de sus hijos. “Por eso creemos que es necesario volver a restablecer la atención sanitaria en estos países, que son los epicentros de una crisis mundial de nutrición que, de hecho, la guerra de Ucrania no ha hecho más que acrecentar. Es la única manera -concluye Iacomini- de interrumpir este circuito negativo, que es absolutamente necesario detener.
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