En Nueva York se alcanzó un acuerdo que establece límites a la pesca, las rutas marítimas y las actividades de exploración, como la minería, en aguas internacionales, donde más del 10% de las especies raras están amenazadas de extinción
Vatican News
“El barco ha llegado a la orilla”: se ha logrado el acuerdo internacional sobre la protección de la Alta Mar. La metáfora marina utilizada por Rena Lee, presidenta de la Conferencia Intergubernamental sobre la Biodiversidad Marina de las Zonas Fuera de la Jurisdicción Nacional, que concluyó anoche en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, resume las dificultades superadas a lo largo de los años para lograr la protección de los océanos. La Alta Mar se define como toda la zona situada más allá de las 200 millas náuticas de la costa, es decir, la Zona Económica Exclusiva nacional, y por tanto unos dos tercios del océano que son aguas internacionales, fuera de la jurisdicción nacional, donde cualquiera puede pescar, navegar e investigar. Una zona desprotegida por los distintos países que, a pesar de ser esencial para la supervivencia de especies marinas raras -de las que entre un 10 y un 15% están hoy amenazadas de extinción- y para hacer frente a la crisis climática, lleva años explotándose sin protección alguna.
Nuevas y estrictas normas medioambientales
El acuerdo alcanzado en Nueva York, tras más de 10 años de debates, prevé que el 30% de los mares se conviertan en zonas protegidas de aquí a 2030, con el objetivo de salvaguardar y restaurar la naturaleza marina. Sin embargo, llevará tiempo adoptar el texto definitivo, que deberá pasar por traducciones y verificaciones jurídicas. El último acuerdo internacional sobre la protección de los océanos data de 1982, pero sólo protegía el 1,2% del Alta Mar, ya que todo el resto lleva décadas sufriendo las consecuencias del cambio climático, la sobrepesca y el tráfico marítimo. Las nuevas zonas establecidas por el tratado estarán protegidas por estrictas normas medioambientales que limitarán la pesca, las rutas marítimas y las actividades de exploración, como la minería de aguas profundas, que perturba las zonas de cría de animales, genera contaminación acústica y puede ser tóxica para la vida marina. Organizaciones ecologistas satisfechas, como Greenpeace, por un tratado que supone un importante paso adelante y hace que “la protección de la naturaleza y las personas triunfe sobre la geopolítica”.