Benedicto XVI tenía una mirada atenta sobre el mundo y el hombre

Federico Piana y Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano

Un “gran intelectual europeo, un gran interlocutor del filósofo Habermars, un defensor del papel público de las religiones”. Así lo subraya el historiador Agostino Giovagnoli a Vatican News, deteniéndose en la figura de Benedicto XVI. “Su papel teológico con relación al Concilio Ecuménico Vaticano II, primero como experto y después como consultor, hizo de él una figura de gran espesor”.

No fue un Papa conservador

A menudo, explica Agostino Giovagnoli, se ha calificado a Benedicto XVI como conservador, pero se trata de “una definición que el mismo Papa emérito rechazó con razón”. En realidad “no era un conservador” porque consideraba necesaria “una gran elección en la Iglesia conciliar entre conservadores y misioneros”. La idea fundadora es la de una Iglesia que “ante todo, debe estar abierta a la misión”. En este sentido, Benedicto XVI está “perfectamente en línea con todos los Papas contemporáneos, desde Juan XXIII hasta Francisco”, de los que la “Iglesia en salida” es una dimensión importante.

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Un Pontífice abierto a otras culturas

Benedicto XVI, en su reflexión sobre el relativismo, también captó muy bien las “contradicciones del Occidente contemporáneo con respecto a su tradición específica”. Para Benedicto, subraya Bruno Giovagnoli, hay que recuperar “lo mejor de la tradición occidental”. Y también de la Ilustración “en sus expresiones más constructivas desde el punto de vista de una razonabilidad de la fe”.

Desde este punto de vista, era “un Papa occidental y, sin embargo, no un Pontífice cerrado a otras culturas y civilizaciones”. Para Benedicto, la recuperación de Occidente debe ir “a lo esencial, en primer lugar a la tradición judeocristiana, pero también a aquellos elementos del pensamiento griego y occidental que han enriquecido el cristianismo a lo largo de los siglos”. Esta contribución no debe perderse “aunque el Evangelio se abra a otros pueblos”.

Atención al hombre y al mundo

Benedicto XVI, recuerda el historiador Agostino Giovagnoli, reflexionó también sobre la diferencia entre inculturación e interculturalidad: “El Evangelio nunca está desprovisto de un aspecto cultural que cambia de vez en cuando, pero sin el cual no es posible transmitir la Palabra de Dios”. Benedicto XVI tuvo una visión muy “amplia del mundo, aunque quizá los aspectos que más le interesaban eran los relacionados con las diferencias culturales”.

No escondía sus ideas y elogiaba a los “grandes políticos católicos”, como Konrad Adenauer y Alcide De Gasperi, que habían construido Europa. Su atención al mundo se dirigía también a los fenómenos migratorios, “con palabras muy firmes sobre la importancia de acoger a los migrantes”. Su “atención a lo humano” también emerge con fuerza en las situaciones difíciles y en su cercanía a los pobres.

Un Papa manso y humilde

El historiador Bruno Giovagnoli subraya a continuación que la mansedumbre, además de la humildad, es un rasgo distintivo de Benedicto XVI, de su estilo como Pontífice. Se lo “presentó indebidamente como inquisidor partiendo del hecho de que fue prefecto del Santo Oficio durante muchos años”. Pero se trata de una “imagen distorsionada” porque desempeñó su servicio como prefecto “con gran creatividad más que con una ficción censora”. Era “un Papa teólogo”, aunque Benedicto XVI “rechazaba esta definición”. Nunca fue “un sistemático”, es decir, una persona “con un sistema de pensamiento que quisiera imponer a los demás”.

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Apreciaba la confrontación y por eso a veces fue incomprendido

A Benedicto XVI le gustaba la confrontación con opiniones diferentes a las suyas. Y esto a veces, recuerda Giovagnoli, le causaba malentendidos, como en el caso del discurso de Ratisbona. En ese caso fue incomprendido, pero luego “encontró formas y gestos para hacer comprender la verdad de su corazón, que en realidad estaba muy abierto al diálogo”. Algunos lo asociaron entonces a una “visión de retorno a un contexto preconciliar”. Pero incluso esto debe ser “fuertemente refutado”: Benedicto XVI tenía su propia interpretación del Concilio Vaticano II y, en todo caso, estaba afligido con los desarrollos postconciliares.

Atención a los movimientos eclesiales

Otro rasgo distintivo de Benedicto XVI fue su atención a los movimientos eclesiales, en los que veía “una expresión del Espíritu que habla de un modo nuevo en todas las épocas de la vida de la Iglesia”. Suscitando también nuevas formas de vida eclesial, nuevas expresiones en las que la fe encuentra su encarnación histórica.

Fue un Papa, concluye el historiador Agostino Giovagnoli, que alentó “lo que ahora se llaman movimientos dentro de la Iglesia”. “En cierto modo, también los sostuvo teológicamente, dando a estas nuevas expresiones de la vida eclesial una dignidad teológica y eclesiológica que antes no se les había reconocido”.

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